El padre de su abuelo: su bisabuelo
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El padre de su abuelo: su bisabuelo
¿Sabéis qué?
En esas conversaciones que propicia la navidad, fecha de reuniones familiares, he descubierto que, en 1898, uno de los números del sorteo de milicias para combatir en Cuba y Filipinas recayó en el bisabuelo de mi marido. Era pues un combatiente obligado a una guerra en ultramar con mínimas posibilidades de regreso. Por aquel entonces, este hombre -casado y con hijos- disponía de una situación medianamente pasable y para librarse de esa guerra compró a un vecino más pobre que ocupó su lugar y que se vendió de grado pues consiguió unas tierras para su familia.
Valga el dato para que penséis el estado de necesidad y atraso en que vivía este terruño hispánico, en el que un hombre era capaz de dar su vida por un mendrugo de pan para sus hijos.
Afortunadamente, el sustituto del bisabuelo fue uno de los pocos que regresó con vida de aquellas tierras tropicales donde si no te mataban las balas, lo hacían las enfermedades como la malaria, el tifus, las infecciones...
Pregunté qué fue de esa gente, y hubo silencio por respuesta. Sin embargo, entre el ruido de cazos que su madre fregaba la oí murmurar: "pero luego vino la guerra civil y puso las cosas en su sitio".
Sí llegué a saber que las tierras del odio, eco minúsculo del deseo de todas las tierras que están en el origen de todas las guerras, eran las de La Viña blanca .
Al regresar de ese viaje de imsomnio pasamos con el coche por delante de esas tierras: apenas media hectárea de secano, tendida en la falda inclinada de una montaña con orientación norte. El adjetivo "blanca" era una mofa para un lugar de sombra eterna y con una historia manchada de sangre. A pesar del tiempo trancurrido, no pude reprimir el deseo de ser de otra parte y hablar otro idioma, quizás sajón o cirílico.
Rosa Jordán.
En esas conversaciones que propicia la navidad, fecha de reuniones familiares, he descubierto que, en 1898, uno de los números del sorteo de milicias para combatir en Cuba y Filipinas recayó en el bisabuelo de mi marido. Era pues un combatiente obligado a una guerra en ultramar con mínimas posibilidades de regreso. Por aquel entonces, este hombre -casado y con hijos- disponía de una situación medianamente pasable y para librarse de esa guerra compró a un vecino más pobre que ocupó su lugar y que se vendió de grado pues consiguió unas tierras para su familia.
Valga el dato para que penséis el estado de necesidad y atraso en que vivía este terruño hispánico, en el que un hombre era capaz de dar su vida por un mendrugo de pan para sus hijos.
Afortunadamente, el sustituto del bisabuelo fue uno de los pocos que regresó con vida de aquellas tierras tropicales donde si no te mataban las balas, lo hacían las enfermedades como la malaria, el tifus, las infecciones...
Pregunté qué fue de esa gente, y hubo silencio por respuesta. Sin embargo, entre el ruido de cazos que su madre fregaba la oí murmurar: "pero luego vino la guerra civil y puso las cosas en su sitio".
Sí llegué a saber que las tierras del odio, eco minúsculo del deseo de todas las tierras que están en el origen de todas las guerras, eran las de La Viña blanca .
Al regresar de ese viaje de imsomnio pasamos con el coche por delante de esas tierras: apenas media hectárea de secano, tendida en la falda inclinada de una montaña con orientación norte. El adjetivo "blanca" era una mofa para un lugar de sombra eterna y con una historia manchada de sangre. A pesar del tiempo trancurrido, no pude reprimir el deseo de ser de otra parte y hablar otro idioma, quizás sajón o cirílico.
Rosa Jordán.
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